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domingo, 10 de junio de 2007

Mamá, yo quiero ser bombero


En un castillo del siglo catorce con matacán defensivo (que será matacán), algo anterior al CBR, incluso al Kaos y a sus vecinos del arzobispado, en la década de los ochenta, (cielos, otra vez) que fue cualquier cosa menos prodigiosa, uno podía encontrarse, ciertas noches de verano en tierra de campos, triangulo de las Bermudas, una banda de rockabilly bailongo más que potable, cien por cien pucelana por mucho que a simple vista sus miembros parecieran recién salidos de un instituto de Nashville o, más probablemente, del cine La Rubia tras una sesión doble de los Wanderers.

El planeta se estremecía entonces sobrecogido ante el fenómeno “Grease”, (título que aquí tradujeron como “brillantina”, puede que por no utilizar la expresión más popular, “gomina”, debido a ciertas connotaciones coyuntural-situacionales francamente peyorativas) y John Travolta se convirtió, junto a Walesa y el papa, en uno de los personajes clave durante los últimos años de la guerra fría. Nadie había transmitido tan certeramente los valores del “american way of life” desde el Tío Gilito.

Apoyado el mensaje en auténticos himnos segregacionista-generacionales como “Rama-lama ding-dong” de Rocky Sharpe and the Replays, “Rockabilly rebel” de Matchbox o “Rockabilly Boggie” de Robert Gordon, entre otros, la herencia del General Lee llegaba a esta orilla del Pisuerga algo distorsionada, afortunadamente.

Algunos jóvenes españoles de los ochenta querían ser, o parecer, norteamericanos de los cincuenta, constato, que no opino. Supongo que por el “Cadillac” descapotable, los grupos de “doo-woop” (The Boopers, The Coasters, The Cliftones, Flamingos, The Platters), las pin-up girls, el bourbon con cocacola, las islas Hawai o las Harley Davidson.

En la submeseta norte, tan polvorienta, eso si, como esos poblados del middle-west a los que llegaban Spencer Tracy o Sidney Poitier, no estábamos dispuestos a perdernos aquello después de haber llegado a la revolución industrial un siglo tarde. Asi que mezclamos churras con merinas y si en Barcelona surgieron los Rebeldes y Loquillo, y en Madrid Rei Lui o Tennessee, aquí parimos a los Búfalos que tenían más gracia, eran tan chulos o más y tocaban aceptablemente por encima de la media “homologable”.

Cantaba, y bien, Jorge, un tenor del rocanrol con su inseparable chupa bicolor. A la batería Julio “Jou” Casas. Tuvieron algo parecido a un hit. Una canción optimista sobre un futuro oscuro con un estribillo pegajoso que costaba quitarse de encima. “Mamá, yo quiero ser bombero, eso mola cantidad, ir metiendo ruido por toda la ciudad”.
Una declaración de principios a ritmo rápido, con las baquetas pegando alternativamente en el aro de la caja. Danzad, danzad, malditos. Moved los zapatos siguiendo al bajo. Sábado en la noche, ya cobré. Beber y bailar, baby.

Aquellos rítmicos y divertidos Búfalos seguirían en la pradera de la música local en distintos grupos; The Dukes, Los Miembros…..

Puede que el mimetismo sea un arma de legítima defensa. Puede que un Castillo del siglo XIV sea un lugar anacrónico para una banda de los cincuenta inventada en los ochenta. Puede que todo sea parte del estimulante “pastiche postmoderno”. En cualquier caso los Búfalos nos hicieron pasar buenos ratos. Gracias, maestros.

Si no tenemos delta, ni Tom Sawyer, ni plantaciones de algodón se inventan. Igual que si no hay playa la traemos de Santander. Por imaginación que no quede. La leyenda del Pisuerga sin ir más lejos. Lo que nos faltaba, un alcalde sudista, pobre Catarro.

Tres aves marías por el eterno descanso de Mamie Van Doren, Scooty Moore y Bill Haley. ¿Acaso no matan a los caballos?. Pues eso.

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