jueves, 8 de marzo de 2007
Pucela blues
El colectivo de músicos llamado “estandar oil”, allá por el 85, reunió a la inmensa mayoría de grupos, o similares, que estaban en activo en la ciudad. No eran tantos todavía, alrededor de una docena o poco más. La cosa tuvo su guasa y acabó tristemente.
La iniciativa fue de Paco Alvarado, Paquillo, entonces en “los Inalterables”, supongo que en compañía de otros, como Rafa Chail, Charly o Manolo perdido, con el respaldo, en promesas y en dinero, de Posadas, es decir el ayuntamiento. Aquello parecía tener muy buena pinta para un observador ignorante de la tramoya del asunto. Juntos, los grupos, podían autogestionarse, crear una infraestructura común, establecer redes, aprender, relacionarse. Duró poco. El enemigo estaba en casa. La mayoría de los grupos que participaron en aquello no se enteraron de la misa la mitad. Los “veteranos”, como en la más tópica de las milis, llevaban el chiringuito; la cuenta corriente y la agenda.
La oficina, dividida en dos plantas, up and down, en un edificio noble del centro, frente al cine Lope de Vega, ya daba una idea de lo que sería aquello. En la de abajo los músicos. En la de arriba los empresarios; el colectivo seis. Metafórico.
El colectivo seis era una sociedad de hosteleros y promotores de conciertos como actividad declarada y confesable. La gente del Hippo y satélites. El hombre fuerte era Manolo Perdido, Manolo Swing o Manolo “alacrán”. Aún mantenía su faceta de músico lo que le daba la oportunidad de estar en las dos plantas a la vez; en misa y repicando. Manolo, ya entonces, tenía un lucrativo equipo de sonido que alquilaba a muchos de los grupos de la Estándar oil, además de a los organizadores de saraos que se organizaban en el Hippo, Paseo Zorrilla, junto a Goher Shop, la tienda de discos más surtida de la época antes de que llegaran Foxy o Charlie Blues. Para los habitantes de la planta superior aquello era un chollo. Tenían, al alcance de la mano, para sus garitos y para sus negocios, a todos los grupos. La mayoría estaban formados por chavales nuevos con diez o quince años menos que aquella panda de lobos de diente retorcido para los que fue fácil tangar a los ingenuos músicos del piso de abajo.
Antes del final anunciado hubo sabrosos episodios. Paquillo era el baranda de aquello en los primeros tiempos. Lideraba, o algo parecido, algunos no se dejaban, a esos que, por haber grabado el Valladolid 83, o tomar copas en el Landó, ya eran estrellas indiscutibles del rock y reyes del pollo frito. Pretendían, sin mucho disimulo, utilizar a los demás de comparsas; una cantera de teloneros.
“Ellos”, los que estaban de vuelta antes de haber ido a ningún sitio, eran los buenos, los profesionales. Los otros eran la tropa, los machacas. Se discutía de caches y privilegios, se establecían continuas diferencias. Había clases. Incluso estuvieron a punto de censurar a grupos: Últimos resquicios y Predestinados, en la maqueta que se editó (con dinero publico, por supuesto) por falta de “calidad”. Daban una mala “imagen” de cara al “exterior”. En esos grupos que, se llegó a votar, estuvieron a punto de quedarse fuera de la grabación, tocaban Nilo Gallego, una bomba ya entonces, Cesar Parrado, (con el tiempo cantante de Rosas en Blanco y negro, Bitter fix y otros inventos), Oscar Vizán, el Vena. Tenían quince o dieciséis años y los “figuras” ya les decían que la grabación era “muy mala” y poco “profesional”. En realidad temían que sus grandes canciones inatacables y definitivas para el pop mundial compartieran soporte con “aficionados” y oyentes poco avezados no tuvieran la capacidad de distinguir el grano de la paja.
Cuando el gallinero se revolvió contra los abusos más evidentes la cosa se puso fea para según quien. Paquillo, Alvarado, hasta entonces voz cantante del invento, fue “apartado” de la “dirección” por una votación de los grupos en pleno. No le gustó, lo consideró injusto, él, que tanto se había sacrificado. Así que pensó que era buena idea coger el dinero de la cuenta y darse el piro. Dicho y hecho. En el contestador de la oficina dejó grabados mensajes inolvidables, con música de fondo, en los que decía que, además de llevarse la pasta, se iba a Brasil a matar al presidente y bobadas parecidas.
La cantidad que se llevó solo la conocieron quienes tenían acceso a la cuenta; los elegidos de la oficina de arriba. Ocultaron todo. No dijeron nada a los miembros del colectivo sobre los movimientos bancarios. Nunca supimos cuanto trincó Paquillo.
No sería mucho, eso seguro, pero era todo lo que había. Paquillo tardaría muchos años en volver a aparecer por la ciudad intentando vender la misma moto. Que tenacidad.
Lo que si supimos es que, sin Paquillo de sherif, Posadas, retiraba casi totalmente el apoyo de la concejalía de cultura. El tal apoyo no era para tirar cohetes pero daba para pagar la oficina. El episodio del dinero y Alvarado no influyó, sin embargo, en la desaparición de la Estandar Oil. Después de editar un folleto y una maqueta aquello comenzaba a avanzar.
Manolo Trujillo, por entonces con Raimundo, May y Agustín, en UA, luego Bit 32, organizó clases de música en la propia oficina. Creo que Juan Carlos Martín, de qloaca letal al Corsario pasando por Replicantes, un músico respetado por todos, de formación sólida y trato amable, fue uno de los profesores. Ver solfeando a los miembros de las tribus en los sillones de la oficina se quedó para siempre en la retina de muchos como una imagen de lo que pudo haber sido y no fue.
El conflicto real, aunque escondido, era económico, claro. Tras la retirada del apoyo por parte de la concejalía de cultura aparecieron las ayudas, mínimas pero eficaces, de la diputación; Pedro Mencía era quien se encargaba de tales asuntos. Lo inmediato, para los grupos, era hacerse con una infraestructura propia. La mayor parte de los caches que se cobraban iban a parar directamente a quienes alquilaban equipos de sonido. Es decir, casi en exclusiva, a Manolo. Todos los grupos se veían obligados a pasar por taquilla, a pagar el impuesto “revolucionario”. En un mercado libre no hay nada que oponer. Ofrecía un servicio y cobraba, hasta ahí todo normal. Lo que no fue tan normal es que movilizara a todos sus peones, Juan perdido, Sendino, y compañía, incrustados en la estándar pero con juego a dos barajas, a los que recompensaría con creces en el futuro, para atacar y destruir la estándar oil, cosa que consiguieron, a partir del momento en que los socios del colectivo llegaron a entender, como lógico y necesario comprar, entre todos, un equipo de sonido que abarataría los caches y permitiría algo parecido a la independencia respecto a los de “arriba”, el colectivo seis, el “Alacrán”. Cinco minutos después de hacer la propuesta se cerraba la oficina y la estándar oil pasaba a la pequeña intrahistoria de la ciudad.
El equipo de Manolo seguiría teniendo el trabajo y los beneficios asegurados hasta que se convirtieran en cientos de millones, camiones, decenas de empleados, naves, ingeniería financiera, yenes. Los músicos perdieron la oportunidad de organizarse y con su espalda, su dinero, su trabajo y su ilusión, financiaron en parte, a la fuerza, el milagro económico del Alacrán. La ciudad perdió aun más. Pero ni entonces ni ahora se daba cuenta. Ya despertará. Antes o después.
No se vayan. Aun hay más. Proximamente en sus pantallas.
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5 comentarios:
Ni Don Vito lo habría hecho mejor, vamos. O será que eran jóvenes emprendedores... Prende la pasta y corre!
Más capítulos please!
Cojonudo tio. Lo quiero todo en pasta dura.
joder los años que han pasado y sigue siendo la misma historia,el beneficio siempre para el mismo
muy bueno,quiero mas!
esto se enfría o qué.
Vaya mafia y encima lo vivimos en nuestras propias carnes.
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