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domingo, 25 de febrero de 2007

Pinchadiscos, pinchauvas y otras alimañas



Había muchas nieblas en los machacona y sospechosamente revisitados años ochenta.
Parece que el presente necesita un pasado justificatorio. Reconstruyendo aquel a nuestro antojo el hoy se sostiene. A duras penas. Lo cierto y verdad, mi querido Watson, es que el ser y el parecer no son la misma cosa. Por mucho voluntarismo que uno ponga Valladolid nunca ha sido Detroit, afortunadamente en según que casos.
Las “condiciones objetivas” de la época eran francamente desfavorables para hacerse ilusiones. Lo siguen siendo. Venimos de donde venimos. El solo hecho de que alguien cantara era ya motivo de sospecha y miraditas acusatorias. Si bailaba era directamente maricón o puta. Un pintor era un rojo del contubernio. Un escritor un testigo incomodo.
Un músico; menos que nada.
Es cierto que existía un conservatorio por lo militar. Ángeles Porres, Pedro Aizpurua, y otros musicófobos parecidos con, lamentablemente, muy pocas excepciones, ejercieron de disciplinados guardias de la antimúsica cloroformista y nacional católica, Santa Cecilia nos asista. En el Norte de Castilla aparecían a menudo Frechilla y Zuloaga como referente local de la “música culta”. Por mucho que las “fuerzas vivas” juraran por abruptos riscos escarpados lo que no era otra cosa que meseta, plana y llana, aquello era más bien poco en una ciudad que ya pasaba de los seiscientos mil pies.
La Orquesta que se montó entonces, con Bolaños, (innombrable y, precisamente por eso, reivindicable) pudo llegar mucho más lejos sino hubiese sido puesta permanentemente bajo sospecha por los visigodos. Si se hubiese integrado a los músicos en la ciudad en vez de mirarlos con la desconfianza de los castellanos viejos que detrás de los instrumentos solo veían, y siguen viendo, titiriteros. Benditos titiriteros.

Las orquestas de baile mantuvieron durante años una actividad profesional que hizo posible la música de creación que explotó en los ochenta. La gente del oficio, La Dennis Band o Angulo 80, por supuesto había más, transmitieron sus saberes instrumentales y técnicos, a los más jóvenes. Otros, los menos, aprendían solos, a lo bruto. Algunos no aprenderían nunca. En la calle las guitarras eléctricas, el infierno de Buñuel, habían llegado para quedarse.

Rober, al que siempre se añadía un explicativo, “el de Simancas”, andaba por aquellos tiempos dando guitarrazos muy revuelto con una extraña banda de nombre claro y conciso: Es igual o algo así o asao. Un recuerdo nebuloso me insinúa que llevaban, como batería, una lata vacía de gasolina. Jose Electrónica, posiblemente, en sus muchos años de carrera, nunca había sonorizado una lata; puso todo su interés, al fin y al cabo era la plaza mayor. Rober tendría después otros grupos tan estrambóticos como ese. Era, seguirá siendo, espero, un tío hiperactivo al que, como a otros, desactivan, parcialmente, con pastillas. Un poeta, un pintor y un bardo moderno. Maltratado, como tantos, no chupo culos ni jugó a posar y mantuvo su dignidad por encima del cretinismo rentable que tan bien les ha venido a algunos. Rober, el de Simancas, un artista indiscutible por más que todo se pueda discutir.

Doping, Vibraciones, desenchufa la enchufa, Polvo nupcial, Formación plástica, Primitive, Crónica Negra, Fallen Idols, Crom. El patio se iba animando, sin exagerar. En el Landó se daban carnés de enrrollao y personajes tangenciales, extramusicales, tan turbios como el Viudo o Carlos K, comenzaban a medrar olisqueando billetes; buitres leonados.
Ahora, falsificando el pasado, exigen una compensación; que les nombren algo por estar allí. Subsecretarios de la junta, comisarios de exposición, locutores de la COPE, algo, lo que sea. Su papel fue el de molestar todo lo que pudieron, que fue bastante, maltratar e insultar a los músicos, exigir a los grupos que tocaran gratis y dando las gracias por poder ser admitidos en locales que ofrecían a las bandas la posibilidad de “promocionarse”. Su labor consistió en hacerse autobombo a la japonesa y ningunear a los músicos hasta limites humillantes. Vaya cuajo, ahí siguen. De sus florecientes, unos más y otros menos, negocios detrás del escenario, mejor no hablar sin la presencia de un abogado. Son conocidos por todos.


En la foto: Polvo nupcial

Próxima entrega; toma el dinero y corre

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bien documentado estas ....

que jodio

sigue escribiendo

Anónimo dijo...

Hace años que no vivo en Valladolores. Bendito sea Dios.Pero a juzgar por lo mucho que me suenan casi todos los nombres propios, individuales o colectivos, que aparecen en esto que he leído, me da la impresión de que por entonces aún vivía allí.

Aunque por una severa prescripción facultativa que pesa sobre mi memoria no debería ejercitarla (empeños de psiquiatra), voy a intentar recordar que, por las condiciones salariales y de horarios de mi trabajo de entonces, bajaba al Landó hartas más noches de las que, aun habiendo sido menos de la mitad, ya hubieran sido demasiadas. De eso me deben de sonar buena parte de los nombres. Aunque a los propietarios de los otros, los adscritos a la sección musicófobos, jamás los vi por aquel antro. Lo juro por Santa Cecilia, que de ninguna manera lo hubiera permitido, teniéndolos, como los tenía, bajo su amparo. Loado sea el Señor.

Lo que ya no me arriesgo es a ponerles a cada uno de ellos su correspondiente cara. Menudas se las gasta el alienista. Si por el esfuerzo me sobreviene una ambolia o se me vuelve a desdoblar la personalidad, es capaz el hijo de puta de alargarme dos años más el tratamiento y denunciarme en la Mutua para que me lo tenga que costear yo.